martes, 11 de septiembre de 2007

Leiamos libros...


Un trueno resonó a lo lejos, pocos segundos después del relámpago. La tormenta se acercaba, y la lluvia ya repiqueteaba en los cristales y tejados de la mansión. El señor de la casa escuchaba la caída del agua en su sillón favorito, sujetando una copa de su mejor coñac en una mano, mientras miraba la tormenta a través del ventanal. El fuego crepitante en la chimenea era la única luz de la estancia, aparte de la que provocaba Zeus en algunas ocasiones.

Era su aniversario. Como siempre, desde hacía mas de 20 años, había dado la noche libre al servicio, para que la casa quedase para ellos dos solos. El siempre se servia su coñac favorito, encendían la chimenea y un par de velas, y ella leía una historia, o parte de alguna, mientras el le escuchaba. Prestaba atención a cada una de sus palabras, al deslizar de sus ojos por las paginas al leerlas, al movimiento de sus labios al pronunciarlas, a los cambios de respiración al entonarlo. Disfrutaba con esos momentos, y daría su vida y su alma por volver a tenerlos. Pero no era posible.

Un golpe sordo le sobresalto, estando a punto de derramar el coñac. Giro la vista para ver la puerta de la biblioteca totalmente abierta, golpeando la pared por alguna ráfaga de aire. Ya regañaría al servicio mañana, pero ahora tendría que cerrar la ventana que habían dejado abierta. Dejo la copa en la mesita vacía a su diestra, y mientras se levantaba oyó algo caer algo al otro lado. Al momento recordó el montón de libros aun a medio colocar, así que de dio prisa para evitar que el aire tirase mas, o que se mojara alguno. Cuan grande fue su sorpresa al ver que, aunque algunos libros habían caído, no había ventana alguna abierta. Extrañado, empezó a recoger los libros y volver a amontonarlos, aunque con algo mas de cuidado para que no volvieran a caerse. Y escucho la voz.

Una voz que nunca olvidaría. Una voz que conocía demasiado bien. Una voz que le recordaba unos ojos, unos labios, una respiración acompasada. Una voz que no esperaba volver a oír. Su voz.

Corrió al salón, derribando algunos libros en su prisa, pero la voz había dejado de sonar. El ver la sala vacía le devolvió a la realidad. Ella se había ido, no estaba ya. Lo que hubiese oído era solo producto de su imaginación, mezclada con sus recuerdos, y quizás algo de alcohol. Volvió a sentarse, y aparto el libro para volver a coger la copa de coñac. Entonces se dio cuenta.

Al día siguiente, su mayordomo lo encontró en el sillón. En la mesita de al lado tenia una copa de coñac a medio terminar, y sus manos, abrazándolo como si fuera su alma, un libro.

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