jueves, 13 de septiembre de 2007

El descanso del escritor.


Los dedos volaban sobre el teclado mientras las letras aparecían sobre la pantalla. La música de fondo acompaña el sonido de las pulsaciones, que solo paraban cuando desafinaba el sonido de un estomago hambriento o el bostezo de un cuerpo cansado. Después de una comida o una siesta, volvía el “tac-tac-tac” y su acompañamiento. Pasó horas, días así, hasta que por fin alzó los brazos estirándose y soltó un suspiro. Otra historia para la revista terminada.

No era un trabajo que le diera mucho dinero, pero al menos ganaba lo suficiente para vivir mientras terminaba la gran obra. La revista salía una vez a la semana, y dependiendo de lo inspirado que estuviese llegaba a tomarse la mitad de la semana libre. Por desgracia esta vez se había tomado la primera mitad de la semana, así que había terminado justo a tiempo para entregarla.

Tras enviar el correo, comprobó que tenia un hambre de lobo y la nevera vacía. Salió a la calle con las tripas rugiendo, nada mas para comprobar que empezaba el amanecer. Casi todas las hojas doradas de los árboles habían caído al suelo, y la ultima vez que salió recordaba haberlos visto llenos. Algún día tendría que acostumbrarse a trabajar con la ventana abierta.

Entró en el 24 horas que había cerca de la casa, y compró algunas cosas para quitarse el hambre que tenia encima. Ya haría la compra general mas adelante. Durante el camino de vuelta, se puso a pensar en el próximo relato para la revista. En eso andaba cuando miró a lo alto y vio, en la rama de un árbol vacío, una hoja solitaria.

Allí estaba ella, desafiante al viento, mirando a las otras en el suelo. Las observaba desde la altura, como habían caído todas bajo ella. Parecía burlarse diciendo “¡Yo sigo arriba, yo permanezco, soy mejor!”. Y para aumentar sus risas, llegó el barrendero. Recogió todas las hojas y las metió en el cubo con otro montón de algún otro árbol, mientras empezaba una ligera lluvia. Y en lo alto, la vencedora seguía riéndose.

Una triste brisa despedía al barrendero y su perdedora mercancía, y al alejarse dejo de llover. Y las risas y burlas seguían en lo alto, hasta que empezó un grito de terror. Una ultima ráfaga de viento derribo a la hoja, que cayó rápidamente al estar mojada. Quedó pegada al suelo, sin moverse, temerosa. Estaba abajo, donde sus antiguas compañeras, pero no tenia a ninguna cerca.

Todo esto lo vio el escritor desde la protección de un portal, y saco las llaves de la casa y subió corriendo, sin esperar el ascensor. Ya sabía sobre que iba a escribir, ya tenia la inspiración. Se sentó delante del ordenador, y se puso a ello. Los dedos volaban sobre el teclado mientras las letras aparecían sobre la pantalla. La música de fondo acompaña el sonido de las pulsaciones...

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