lunes, 14 de abril de 2008

Extractos del Diario de Viaje que nunca escribí

“…

Nuestro siguiente destino fue el Templo de Hatshepsut, dedicado a la Faraona que llevaba el mismo nombre. Mientras nuestro guía compraba las entradas, dimos un paseo por las tiendas que habían abierto los nativos de la zona, en un intento de sacar algo de dinero de la multitud de turistas que visitaban la zona.

Mirando los tenderetes vi algunos sombreros, y empecé a recordar las gorras que había dejado en España. El día estaba algo nublado, pero estábamos en el desierto y podría empezar el calor en cualquier momento, por lo que decidí comprarme un sombrero, tipo explorador, de color blanco que tenían en una tienda. Siguiendo la costumbre local con los turistas, empezamos a regatear, y, gracias a la ayuda de Oscar, me acabe llevando, por unos 5€ al cambio, el sombrero que me acompañaría el resto del viaje. Nos dirigimos a la entrada, pues Snawy nos estaba esperando.

Desde la caseta de entrada hasta la base del templo había un largo paseo, pero al igual que en el valle de los reyes, teníamos unos micro-trenes que nos ahorraron el andar. Una vez en la base del templo, Snawy nos explico algo de la historia de este.



Construido en honor a la Faraona Hatshepsut, se sospecha que el arquitecto era un amante, o al menos estaba enamorado de ella. Un precioso jardín estaba en la entrada del templo, con palmeras y arboles a los lados del camino, y flores variadas, y desde el templo se tenía una hermosa vista del Nilo, la antigua ciudad de Tebas y el valle. Hoy en día, no queda si no una idea de cómo estuvo diseñado el jardín, pues todo está cubierto por la arena.

El templo esta en restauración, pero al parecer la mayor destrucción fue poco después de morir Hatshepsut, provocada por su hijastro Tutmosis III, que nunca perdonó a su madrastra que se hiciera con el poder. A la muerte de esta, ordenó la destrucción de todas sus estatuas e imágenes, en un intento de condenarla al olvido. Evidentemente falló, pero aun así provoco más destrozos que el tiempo y la arena.

En un lado del templo hay una capilla dedicada a Anubis, mientras en el opuesto hay una dedicada a Hathor, y está lleno de bajorrelieves y estatuas que cuentan la historia del reinado de Hatshepsut, algunos bastante deteriorados por la destrucción de Tutmosis III, pero en su mayoría conservan la pintura.

Tras la explicación, nos dio un tiempo para visitar y hacer fotos. A la vista de la enorme escalera por la que se accede a los dos pisos superiores del templo, Pablo se disculpo y prefirió quedarse “en tierra”. Celeste, Oscar y yo recorrimos el templo, disfrutando maravillados de lo que ahí veíamos. Las dos cosas que más me gustaron de este templo son, la capilla dedicada a la diosa Hathor, y la hermosa vista del valle desde lo alto del templo. Si en ese momento me pareció preciosa, ¿cuánto más pudo serlo durante la XVIII dinastía?

…”

Por supuesto, nos contaron mucho más sobre Hatshepsut y el Templo. Para los interesados en el tema:
Hatshepsut
Templo de Hatshepsut en Deir el-Bahari

martes, 1 de abril de 2008

Llamadas

Un abogado responde a su teléfono:

-¿Diga?
-
-¡Ah! Hola, ¿oíste mi mensaje?
-
-¿Qué hacías con el móvil apagado?
-
-Claro que podemos hablar, cuéntame que hacías.
-
-Pues eso, te llamaba para ver qué tal te había ido con el caso.
-
-¿En serio? ¿Qué pasó?
-
-¿Te dieron muchos problemas?
-
-¿Y qué hiciste al final?
-
-¿Se armó mucho escándalo?
-
-Entonces saliste sin problemas.
-
-¿El cliente quedó satisfecho?
-
-Me alegra saberlo. Llámame mañana y quedamos para tomar algo. Y de camino, tengo un nuevo caso para ti.
-
-No te preocupes, he verificado toda la información. Además, ambos sabemos que eres el mejor. Nos vemos mañana.
-


Un asesino a sueldo llama a su contacto:
-
-Hola, cabronazo.
-
-Claro, que te llamase enseguida, y eso estoy haciendo.
-
-¿Esta línea es segura?
-
-El trabajo que me encargaste, cacho capullo. No quería que me descubrieran si me llamaba algún gilipollas.
-
-Pues tuve algunas dificultades con el “caso”.
-
-Falta de información, el tipo en cuestión no estaba solo. Tenía un par de armarios para que le cubrieran las espaldas.
-
-Primero pensé en usar un rifle de francotirador, pero el hijo de puta no salía de la habitación, y tenía las cortinas siempre echadas.
-
-Use el truco clásico, me disfrace de botones del hotel y les subí la cena.
-
-Pues claro que no, use un jodido silenciador, un par de tiros a cada gorila y uno limpio en la cabeza del tipo mientras mojaba el pijama.
-
-Claro, cerré la puerta de la maldita habitación, me deshice del traje de botones y salí por la puerta principal como si nada. Tardarán algunas horas en encontrar los cuerpos.
-
-Le enseñé una foto del hijo puta muerto y el hizo la transferencia. Acabo de comprobar que esta todo, así que supongo que si, ha quedado satisfecho.
-
-¿Ya me has buscado otro trabajito? Pues espero que estés mejor informado que en los tres últimos, estoy hasta los cojones de improvisar para que no me vuelen las pelotas.
-
-Que te jodan. Hasta mañana.


Llamadas... ¿cruzadas?

domingo, 30 de marzo de 2008

Volviendo

Despues de uno de mis tipicos periodos de sequia, en los que apenas he escrito un poco, retomo lapiz y papel (teclado y pantalla) y me dispongo a seguir escribiendo relatos. Y sigue en pie el inventarme un relato de la imagen que me madeis.

Y prometo terminar las precuelas de la ACES antes del verano, que se que algun@s lectores/as estan esperandolo.

Hasta el proximo cuento.

La inspiración es inesperada

Dicen que la inspiración puede llegar en cualquier momento y lugar. Por eso muchos escritores suelen llevar encima una libreta y un lápiz, para anotar lo que se les ocurre en ese momento. Pero ese no es mi caso.

Llevaba ya bastante tiempo sin que las musas me visitaran, salvo cierto escrito a petición de un amigo, y que no pude negarme a intentarlo. Además, estaba un poco bajo de moral por distintas cuestiones personales, y puesto que era una hora en la que no me esperaba nadie en ningún lugar, decidí acercarme a por el segundo mejor subidor de moral del mundo (no tengo acceso al primero, excepto mediante pago, y de esa forma no lo considero tan bueno): un helado. Entre en un centro comercial, fui al McDonald’s y pedí un McFlurry Lion, dispuesto a saltarme la dieta momentáneamente igual que el felino sobre una presa. Me senté a tomarlo en el propio restaurante y me dedique a mirar a la gente, tanto la de dentro como los que paseaban por los pasillos, y a pensar en… bueno, no sabría decir en que pensaba exactamente, de todo un poco. Y cuando estaba con el tema que mas me carcomía la moral, ella llegó. La musa, la inspiración, claro, no la camarera, o alguna mujer que me llamara la atención.

Sentí la necesidad de escribirlo, de plasmar lo que me venía a la cabeza cuanto antes, pero no llevaba encima nada más que un viejo bolígrafo de plástico, el cual no escribe bien (¿por qué lo llevo aun encima?), y lo único que podría haber usado como papel era la servilleta con la que me limpiaba la boca de vez en cuando. Aceleré el ritmo para terminar el helado cuanto antes, lo tire a cuatro cucharadas del final y fui directo al parking a por el coche. Mi casa no estaba lejos, y allí podría coger el ordenador y escribirlo directamente. Arranque y salí de allí lo más rápido que pude, acelere todo lo que me atreví por la calle, llegue a saltarme un par de semáforos mientras cambiaban a rojo, todo para llegar a casa cuanto antes. Aparqué, subí corriendo a la casa y encendí el equipo.

Mientras esperaba a que el ordenador terminara de iniciarse, recordé que algunos autores recomendaban ir a otra ciudad, meterse en un hotel, y no salir de la habitación hasta terminar el relato/libro/novela con la que estuvieran. Quizás no fuera mala idea, a lo mejor debería intentarlo un fin de semana: apagar el móvil, ir a algún lugar donde nadie me conozca, y meterme en un hotel, saliendo de la habitación solo a tomar un poco el aire y a comer. Puede que ni a eso. Lo malo sería la cantidad de helados que tendría que comprar y comer para que me llegara la inspiración.

Por fin ya tengo material para escribir, empiezo a pulsar las teclas. Las ideas las había ido ordenando en el coche, así que apenas tengo que pensar conforme paso la historia de mi mente al ordenador. A pesar de ello, me bloqueo en algunas ocasiones, pero tras pensarlo unos segundos me recupero y sigo escribiendo. Cuando me da la impresión de que estoy acabándolo, y empiezo a repasarlo antes de darle el toque final, me doy cuenta de que no puedo mostrarlo al público.

El relato puede ser interesante, hablo de mis preocupaciones, de cosas muy personales, lo que me guardo y callo siempre, lo que opino de cierta gente a la que aprecio y lo que me cuentan. Pero ese es el problema, es demasiado personal. Y seguro que lo leerá la gente que menciono, y sin duda se reconocerán aunque cambie los nombres. Se lo pueden tomar a mal, no porque sea malo lo que escribo, si no porque lo hago sin su permiso. Cuanto lo repaso, peor me siento. Empiezo a borrar los temas en los que debería pedir permiso antes de escribir. Luego borro lo personal que no quiero que se conozca. Al final, mientras la musa se despide y me abandona, descubro que no queda nada de lo que me inspiró en un principio.

Dicen que a un buen escritor no le importa hablar de temas personales, sean suyos o de otro. Ese, para bien o para mal, tampoco es mi caso.

sábado, 20 de octubre de 2007

Precuela II

La noche era perfecta. La luna nueva y el cielo despejado permitían ver las estrellas brillar en el firmamento, y la iluminación a base de antorchas y velas hacia que los invitados pudieran disfrutar de la maravillosa vista. El anfitrión se acercó a otro grupo para saludarlos, y presentarse ante los que no conocía. Saludo, un poco de charla, despedida y siguiente grupo. De vez en cuando paraba a algún camarero para dejar la copa vacía y coger otra. Durante su recorrido se encontró con algunas viejas amistades, hizo algunas nuevas, que esperaba le sirvieran en un futuro, y tuvo algunas palabras cortas y rápidas con algunos rivales. Todo se desarrollaba como debía. Y entonces apareció ella.

Nunca antes la había visto, ni como invitada suya ni de otro. Lo primero que hizo que se fijara en ella fue su aura, era un aura fuerte y poderosa que hacia que todo el mundo girara sus ojos hacia ese cuerpo. Tenía una preciosa melena negra lisa que se desplegaba a su espalda llegándole a la cintura, casi como una capa corta, que hacia buen juego con el vestido de noche blanco. Los labios rojos estaban en una permanente sonrisa que provocaba que los solteros se acercaran a hablarle, y las esposas sujetasen a sus maridos. Pero eran sus preciosos ojos verdes, acompañados de unos rasgos asiáticos, lo que hizo que siguiera observándola durante demasiado rato. Con una señal, indicó a su secretario que se acercara.

-¿Quién es esa dama? – Le preguntó. – No recuerdo haberla visto antes.

-Déjeme ver... – Pidió su ayudante. – Ha venido acompañando a Pablo Pichón. – Su señor le miró con expresión interrogativa. – El hijo de Vicente Pichón.

-Ya veo. ¿Por qué la ha traído?

-Al parecer esta interesada en temas esotéricos, y esta fiesta es una buena oportunidad de ver las estrellas, señor. No hemos podido averiguar mucho mas, nos avisaron de su llegada esta misma mañana. – Pero su señor ya no le hacia caso. Todos sus sentidos le decían que, por fin, la había encontrado. La fiesta podría acabar realmente bien.



Tras unas disculpas y unas sonrisas mas, Blanca se alejo de la cohorte de hombres que la rodeaban. Giró la esquina y se apoyo en la pared, suspirando de cansancio, e intento relajarse un poco. La voz de Narciso destrozó el intento.

-¿Qué tal va todo por ahí?

-Estupendamente. – Respondió con algo de sarcasmo. – Tengo tantas futuras citas que no tendré problemas de pareja durante dos años. Dile a Maria que tenia razón, el hechizo de glamour era excesivo.

-Vale, pero vuelve y estate atenta. A ver si puedes acercarte a alguno de los peces gordos.

-Lo intentare, pero no es tan sencillo.

Salió de su escondite y tropezó con un hombre apuesto y elegante. Tenia la piel morena y el pelo corto y negro, y unos rasgos evidentemente árabes. Iba con un traje clásico, quizás algo anticuado, y era algo mas alto que ella, aunque de complexión similar. Por suerte para ambos, ninguno llego a caer al suelo.

-¡No sabe cuanto lo siento, señorita! – Empezó a disculparse el caballero con un fuerte acento. – Vi como se alejaba de la fiesta y temí que hubiera pasado algo.

-No se preocupe, me encuentro bien – respondió Blanca, volviendo rápidamente a su papel. – Solo espero no haberle hecho daño, señor...

-Puede llamarme Zuberi. Soy el anfitrión de esta fiesta.

-¡Oh!, una fiesta preciosa. – Bingo, pez gordo. Ahora que uno ha picado el anzuelo, recoge poco a poco. – El hecho de poder contemplar todas las estrellas hace que merezca la pena venir a un lugar tan alejado de la ciudad.

-Permítame ofrecerle una copa, por favor. – Cogió dos de un camarero que pasaba a su lado, y le ofreció. – Tome.

-Muy amable – Respondió tomando un sorbo de vino.

-Si, la luz de las antorchas no molesta tanto como los focos. – Zuberi señalo a una brillante estrella. – Ahí puede ver la Estrella Polar, y con ella podemos localizar todas las constelaciones.

-Ya lo se. Si seguimos ese grupo de estrellas, vemos la Osa Menor. – Blanca tomo otro sorbo. Quizás debería dejar de beber, empezaba a marearse. – Y allí esta la Osa Ma-Mayor.

-Veo que ya sabia de constelaciones. Mire aquel grupo de allá, forma la figura de Orión. – Mientras el anfitrión hablaba, soltó la copa en la bandeja de un camarero, con tan mala suerte que se volcó en la bandeja, derramando el vino. – Y si mira un poco mas a la derecha, verá un grupito de estrellas casi invisible, que solo podemos disfrutar en noches como esta.

Su cabeza empezaba a dar mas vueltas, apenas escuchaba lo que Zuberi le contaba. ¿Cómo podía estar tan mal si apenas había bebido? El árabe siguió hablando. ¿Qué estaba diciendo? ¿Algo de una constelación dedicada a un dios maldito? De pronto comprendió el porque estaba así. En un ultimo esfuerzo, intento hacer saber a Narciso que la bebida estaba...

-... drogada...

viernes, 28 de septiembre de 2007

Historia humana para duendes, lección III

- ... y recordad que mañana toca examen – concluyó el anciano duende. – Y nada de protestas, llevo avisándoos desde hace una semana.

Tan pronto como salió por la puerta, los alumnos empezaron a hablar entre ellos, como de costumbre. Pero el mayor corro estaba alrededor de la mesa de Imada.

- ¿Qué paso después? – Preguntaba un duendecillo.

- Sigue la historia – pedía la driada.

- ¿Qué ocurre? – Quería saber el lento del troll.

- Vale, vale... – comenzó el hada -, separaos un poco y os seguiré contando. – Se aclaro un poco la garganta a la vez que se elevaba para que pudieran oírla mejor.

“Monté en el carro del señor Niddles, que empezó a rugir como un hipogrifo, y se movió tan rápido como el viento. Dentro había muchos botones, pero el señor Niddles no me dejaba tocar ninguno. El, en cambio, iba tocando botones, palancas y girando una rueda que tenia delante. Al pulsar uno de ellos empezó a oírse una extraña música, con sonidos que nunca había escuchado antes, pero me gusto mucho. Le pregunte que de donde salía la música, y dijo que era de la “Radio”. El resto del viaje estuvimos oyendo muchas canciones diferentes, hasta que llegamos a su casa.

Metió el carro en una especie de cueva, y lo cerro con una llave. Entramos en una puerta y vi la casa mas rara del mundo. Tenia varias mesas, y estanterías con libros, y sillas, pero algunos de los libros eran muy raros, con muchos dibujos, algunos tan reales que parecía que alguien hubiera encantado a la persona y la hubiera metido dentro del papel. Pero aparte de personas algunos tenían paisajes, y animales, y cosas muy raras. Muchos de ellos los tenia en el suelo, y debía ser que estaba estudiando anatomía con ellos, porque había muchos humanos desnudos. El señor Niddles me dijo que tardaría en contactar con Arcadia, y que viera la “Televisión” mientras. Reconocí la televisión por lo que nos había enseñado la señorita Mindalí, pero después de estar mirándola un rato me aburrí y me fui a otro cuarto.

Debía ser la cocina, porque tenía un horno rarísimo y muchas cacerolas, la mayoría sucias y por el suelo. Mire por los armarios, y encontré la despensa, con mucha comida, y estaba muy fría. Entonces volvió el señor Niddles y me preguntó porque no estaba viendo la “Tele”, y le dije que era porque me aburría mirar esa caja negra, y el empezó a reírse. Me llevo otra vez ante la caja, apunto con una varita y se vieron imágenes en ella.

¡Era increíble todo lo que podía verse! Me explico que apretando los números y símbolos de la varita podía ver otras cosas. ¡Era maravilloso! ¿Os acordáis de las imágenes que nos enseño la señorita Mindalí? Era algo parecido. Se veía mucha gente haciendo muchas cosas.

Unos vivían en la misma casa, y se llevaban muy mal, y se peleaban e insultaban, aunque debía haber mas gente porque se oían risas, pero no se veía a nadie.

Otros, te contaban cosas que decían que sucedía en el mundo, que si unos hombres estaban luchando con otros, que si alguien había hablado (esto no se que tenia de importante, mucha gente habla), que si alguien había conseguido algo muy importante.

También había gente jugando, en unas imágenes corrían todos detrás de una pelota, en otras se tiraban pasteles a la cara, o a “quien llega mas lejos” tirando cosas, a las peleillas, a las preguntas y respuestas...

Unas imágenes las quite muy rápido, porque se veía a gente matando gente...

En otras había algo como cuadros o pinturas que se movían, y muchas eran muy divertidas y te reías con ellas, en otras se veía gente luchando, incluso vi unas hadas y duendes, pero estaban muy mal dibujados.

Pero lo mejor fue ver las imágenes de los bosques, las selvas y los campos, las montañas y los ríos, los animales y las plantas. Y un hombre iba contando cosas, explicando algunas de las imágenes. Era precioso.

Había unos peces muy grandes, mas grandes que una casa, que llamaban “ba llenas”, aunque no decían de que, y otros tan grandes como un humano, muy listos y juguetones, que eran del final de algo. Vi unos árboles tan grandes que podrían vivir una, no, dos, no, tres familias de driadas dentro. Puede que incluso cuatro. Había una especie de ciervos con cuernos muy pequeñitos y un cuello tan largo como un troll.

Pero no pude ver mucho mas... Niddles dijo que Arcadia había contestado y que iban a abrir un portal, y tuve que volver.”

- ¡Ojalá pudiera ver esos árboles! – Suspiró la driada.
- Estoy seguro de que no usaban magia – soltó un goblin -, si pudiera ver como funcionan esas cosas...
- Seguro que se ha inventado la mitad – comentó uno de los duendecillos.
- Y dentro de cuatro días tendrá que entregar un trabajo sobre todo lo que vio y oyó. – Todos callaron y se giraron hacia quien acababa de hablar. – Y si no os sentáis ahora mismo en vuestros asientos, no será la única que tenga que entregar un trabajo.

La profesora Mindalí miraba fijamente a la clase. Y en menos de lo que tardó en batir las alas para llegar a su mesa, todos los alumnos ya estaban en su sitio. Al parecer, a la clase cada vez le gustaban mas sus lecciones. Hacia tiempo que no hacían ruido mientras ella explicaba, y después de la aventura de Imada, algunos empezaron a investigar y a consultar libros después de las clases. Menos mal que antes de la excursión habló con algunos magos amigos, para que vigilaran la zona por donde saldrían. Empezó la lección del día.

- Bien, ya veo que habéis empezado la clase sin mi. Imada a mencionado que oyó música en un carro, pero no los humanos no los llaman carros, ¿quién puede decirme como lo llaman?

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Precuelas I

Miró seriamente a los dos hombres que tenía delante. Dos semanas de preparativos, tres días de vigilancia, y pierden de vista al sospechoso en una estación de metro semivacía. Desde su casi metro noventa de altura, Hugo los observaba como un dios antes de someter a alguien a un castigo divino.

- ¡La perdisteis de vista! ¡Un Camuflado localizado, y le perdéis de vista! ¡Y esta noche hay luna nueva! ¡Solo le queda una victima mas para poder cambiar de cuerpo!

Siguió gritándoles mucho mas, mientras José hablaba con Narciso a través de los comunicadores. Un Camuflado era complicado de coger, pero no era demasiado peligroso, así que Frida pensó que estaría bien poner a algunos novatos a trabajar en una misión de vigilancia. Él pidió mas agentes veteranos, para tener parejas veterano-novato, pero no, los veteranos tenía que ayudar a Blanca y a María con el caso de la secta. Y claro, pasó lo que tenía que pasar. Una de las parejas la cagó. Dejó de gritar a los novatos y suspiró. Al menos las chicas no tendrían problemas.

- Vale – dijo José colgando el móvil. Miró a Hugo con cara seria. – Dice Narciso que hagas la Llamada. Ordenes de Frida.

- Temía que diría eso. – Respondió a la vez que lanzaba una mirada de odio profundo a los dos asustados agentes. – Espero que no nos salga muy cara.

Todos los agentes odiaban hacer la Llamada. La entidad que te atendía era algún tipo de demonio negociador. Te daba lo que pidieras a cambio de alguna cosa. En ocasiones eran tonterías, como por ejemplo que cantases una canción o saltases a la pata coja. Otras veces, algún objeto de valor material, como un reloj, un coche o incluso una casa. Pero también había precios abusivos. Y se decía que el alma era el menor de ellos. Al menos, te decía el precio antes de que hicieras la compra.

Sacó el teléfono móvil del bolsillo de la chaqueta y lo apagó. Luego le saco la batería y la tarjeta. Mientras, José había cogido un trozo de cartulina, había dibujado una tarjeta de móvil y la estaba recortando con un cuchillo. Cuando terminó el trabajo, se la pasó a Hugo, que la coloco en el lugar correspondiente en el teléfono. Y bajo la mirada atónita de los dos novatos, empezó a marcar mientras tarareaba una canción, sin ponerle la batería de nuevo. Cuando noto que la magia dotaba de “vida” al móvil, dejo de marcar y se lo llevó a la oreja. Una voz sensual, ni masculina ni femenina, hablo al otro lado de la línea.

- Intercambios, ¿qué necesita? – Preguntó con una musicalidad innecesaria.

- Información. Necesito saber donde puedo encontrar a alguien. – Respondió Hugo, de forma un tanto seca.

- Sea mas preciso, por favor. –Dijo la voz de forma monótona.

- Busco a un espíritu escondido en el cuerpo de una mujer de 32 años, pelo rubio, mide uno sesenta y siete, y respondía al nombre de Rosa. – Se concreto, pero no preciso, se recordó a si mismo. No les des mas información de la que necesiten. – Quiero localizarlo antes de que cometa un asesinato esta noche.

- Déjeme un momento comprobar el precio de hoy por esa información. - ¿Sonaba un teclado por el otro lado de la línea? Hugo esperaba que solo fuera su imaginación – Es una información sencilla, así que le saldrá barata. Ropa de calle para dos humanos, o dos trajes completos.

- ¿Y de donde voy a...? – Empezó a protestar, cuando su mirada se posó sobre los dos novatos. Estos empezaron a temblar al ver la sonrisa de su superior. – Trato hecho.





- Te has pasado – le estaba recriminando José, ya en el coche. – Frida se cabreará cuando se entere.

- Era el precio que pusieron, y no me pareció especialmente alto. – Se defendió.

- ¿Pero también les tenias que obligar a volver a la central con tan solo un abrigo para los dos? – Ninguno de los dos olvidaría la cara de espanto y sorpresa de los noveles, al verse desnudos en el callejón en cuanto Hugo colgó el teléfono.

- Siempre puedo decir que era parte del trato.