martes, 11 de septiembre de 2007

Eternos rivales IV

No sabia cuanto tiempo llevaba caminando. Podrían haber pasado minutos, días o siglos, y el no se habría dado cuenta. Buscaba a un enemigo al que combatir, pero sabía de sobra que era una búsqueda inútil. En el desierto rojo que le rodeaba no había nadie, y la única razón de su existencia había desaparecido al ser golpeada por su espada.

Dirigió su hercúleo cuerpo sin seguir dirección alguna, sin dirigirse a ningún sitio. Empezó a plantearse dejar la existencia física, pues sin un enemigo no había razón para tenerla. El aura que le rodeaba, tan brillante en un principio, se había ido apagando poco a poco. No le quedaba nada.

Dio media vuelta y volvió a donde había tenido lugar la caída de su némesis. Cogió el frío acero del suelo, allí donde su rival lo había dejado caer, y se preparo para descargar el golpe que pondría fin a su sufrimiento. Entonces apareció la luz.

Era cegadora al principio, pero se fue aclarando y oscureciendo hasta convertirse en un agujero de negrura. Era la primera vez que veía algo así. ¿Una señal de sus antiguos aliados caídos?¿Una ultima trampa del enemigo caído para torturarle incluso después de muerto? No lo sabia. Pero tenia que entrar. Era mejor que quedarse allí.

Avanzo en la oscuridad ayudado por la luminosidad que desprendía lo poco que quedaba de su aura. No entendía bien que pasaba. Parecía un pasillo largo y estrecho, y cada cierto tiempo tenia la impresión de ver puertas cerradas a los lados. Anduvo sin preocupación, sabiendo que había combatido a la oscuridad en muchas ocasiones saliendo vencedor en todas ellas, y que en toda oscuridad podía acabar hallándose algo de luz.

Y eso encontró, a cierta distancia. Parecía ser que una de las puertas estaba abierta. No sabia que podía haber al otro lado, pero desde el momento en que vio la luz supo a quien podría encontrar. No estaba muerto, había encontrado una forma de escapar del combate. Y estaba en algún lugar al otro lado de esa salida. Aumento la velocidad, y con cada zancada aumentaba también el brillo del aura dorada. Atravesó la luz con decisión, al tiempo que escuchaba las palabras:

“Vale, enviad una sonda, y veamos de donde vino el nivel 2”

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