jueves, 13 de septiembre de 2007

Caza nocturna

La noche se acercaba. Las nubes oscurecían mas el ambiente, y casi toda la luz que teníamos provenía de las linternas que sujetábamos con fuerza, o de los relámpagos al caer al suelo. La niebla estaba aumentando, haciendo que el camino, ya de por si abrupto, fuera casi imposible de subir. Cada rama pisada, cada ratón huidizo, cada ulular de búho, cada ruido por mínimo que fuera, nos hacia saltar y girarnos, temerosos de ser descubiertos antes de impedir el rito.

Hacía tiempo que investigábamos la pequeña comunidad de gente que vivía al este de Arad, cerca del río Muresul, no muy lejos de la frontera con Hungría. Hicimos algunas visitas al pueblo, separados o en grupo, como turistas o simples viajeros de paso, y en ocasiones nos llegábamos a quedar hasta tres días seguidos, pero no encontramos ninguna pista que verificara los rumores sobre invocaciones satánicas. Hasta esa mañana. Recibimos una llamada anónima que nos habló del castillo que había en el monte cercano, y que si íbamos esta noche encontraríamos lo que buscábamos.

El camino terminó de ascender, cuando hallamos un espeluznante muro adornado por caras de demonios esculpidos en piedra. Un poco mas adelante estaban las puertas, dos hojas enrejadas que en algún momento de su vida debieron estar en pie. A los lados del hueco de la entrada, dos demonios nos invitaban a pasar al recinto. Quizás, hace muchos años, aquí hubo un jardín, y si era entonces tan hermoso como horrendo y muerto ahora, no debió tener rival en toda Rumania y países vecinos.

Al final de un camino que atravesaba la podredumbre que poblaba ahora esa tierra estaba el edificio, un enorme palacio con varias esculturas y gárgolas que revelaban un grotesco gusto por los infiernos por parte del arquitecto. Las puertas nos esperaban, por lo que avanzamos por la senda más directa hacia la casa. Al llegar, empezamos a escuchar cánticos del interior. No había duda ya, algún ritual se llevaba a cabo.

Tras comprobar nuestras armas, abrimos la puerta principal y nos adentramos en un gigantesco recibidor. Todo seguía a oscuras, aunque las linternas nos dieron mas muestras del mismo depravado gusto que en el exterior. La débil luz que atravesaba la puerta, mejorada por algunos relámpagos, señalaba la única escalera de la sala. Hacia esta avanzábamos, cuando las voces cesaron. La puerta cerró de golpe, y aunque lo intentamos, no éramos capaces de volver a abrirla.

Sentimos, mas que ver, algo moverse en la oscuridad. Mike fue el primero en gritar, pero de pronto se quedo muy callado. Su linterna había caído al suelo, aunque no se había apagado con el golpe, solo apuntaba a la escultura de algún Luzbel. La linterna de John y la de Smith no tuvieron tanta suerte, aunque a sus dueños apenas les dio tiempo a proferir un corto quejido. Will llegó a disparar su rifle dos veces, antes de que lo-que-fuera que nos estaba atacando le cogiese a el también.

Me había quedado solo, sujetando mi triste revolver con una mano y señalando con la linterna a todos lados donde creía oír algo. Un ruido sordo me hizo girarme hacia el Satán iluminado, delante del cual estaban el amasijo de huesos que era ahora Will. Sus ojos en blanco me miraban, y la piel estaba mas pegada al esqueleto de lo normal, como si una gigantesca araña le hubiera sorbido la vida. Deje caer mi arma, en espera del mismo fin, cuando la puerta se volvió a abrir.

“No, tu no terminaras aquí.”
“No terminaras así.”
“Tu vivirás.”
“¡Ja ja ja ja!”

Salí corriendo de los dominios de esa espantosa mansión, llegue hasta el coche y no pare hasta que la comisaría de Arad estuvo a la vista. Intente explicarles lo que había sucedido, les conté lo mismo que acabo de contarle a usted, pero decían que la patrulla no había encontrado ningún edificio en esa zona.

Doctor, ¿de verdad estoy loco? ¿Qué pasó entonces con Mike, John, Smith y Will? Dios, pobre Will, lo que le hicieron... ¿Qué pasó entonces, doctor?

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