lunes, 10 de septiembre de 2007

Eternos rivales I

Era un combate que no terminaba nunca. Era el primer combate, y el ultimo, pero también era el segundo, el décimo, el centésimo. Era todos los combates a la vez. Empezó antes de que un seudo-pez saliera del agua para acabar convirtiéndose en hombre, y se esperaba que durase hasta mucho después de la desaparición de esta raza.

En un lado, rodeado de un aura dorada, había un hombre fornido, de rubios y rizados cabellos, los ojos del azul del cielo, y la piel de un tono dorado. Una cota de escamas, de distintas tonalidades de oro, protegían su pecho de los golpes del enemigo, y unos faldones impedían el daño en los muslos. En la mano izquierda sostenía un redondo escudo áureo, con algunos remaches como único adorno, y en la derecha un gladio resplandeciente, con una empuñadura en forma de águila con las alas extendidas.

Al otro, sin aura visible alguna, una cabeza esquelética en llamas, con cuernos y colmillos, sobre un cuerpo oscuro con alas de murciélago. Nadie podría decir si se encontraba desnudo, o la ropa la tenia tan ajustada que parecía una segunda piel sobre su cuerpo. Quizás no tuviera una primera piel. Sostenía en ambas manos una enorme espada, aunque en su poder no parecía resultar pesada. La hoja era del color del platino, y la empuñadura era de plata, muy sencilla, sobretodo comparada con la de su contrincante.

El combate seguía como siempre, uno para con el escudo y devuelve el golpe, otro para con el arma y golpea, otras veces esquivan, algunas fintan, pero nunca llegan a herirse. Cuando uno cae, aparentemente vencido por el cansancio, vuelve a sacar fuerzas justo a tiempo para evitar el ultimo golpe. Y el ciclo vuelve a comenzar.

Hasta que apareció el elemento nuevo. Una pequeña figura, poca cosa comparada con estos dioses, surgió de la nada al lado del cráneo llameante. El diabólico ser mantuvo la guardia, vigilando algún posible ataque, pero la pequeña figura hizo algo que le obligo a bajar el arma y mirarla. El dorado guerrero aprovecho la ocasión y se lanzo hacia el pecho de su oponente. Su contrincante empezó a elevar la espada en un intento de parar el golpe, pero era demasiado tarde. La punta del gladio toco el pecho y hubo una gran explosión de luces y estrellas.

De su enemigo solo quedaba la espada en el suelo. La piso, partiendo la hoja por la mitad. No sabia quien o que era esa pequeña figura, pero le agradecería siempre la distracción que le proporciono. Luego se quedo mirando el desolado paisaje. Permaneció así un tiempo, hasta que se dio cuenta de que ya no tenia nada que hacer. Empezó a caminar, en ninguna dirección en concreto, y recordando el combate que había tenido.

Era curioso, pensó, que no lograse recordar por qué comenzó todo.

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